Todo el mundo tiene derecho a estar en silencio
Hay una paloma muerta en el tejado.
Los gatos no llegan.
Los lagartos del edificio
no comen carne pútrida,
el sol no va a evaporarla,
las palomas no cantan, si cantaran
harían más alegre el edificio,
harían un corro en torno a ella
y le darían un entierro digno.
El cielo azul.
El cielo azul
los adolescentes estudian y se masturban
orbitando en sus sillas giratorias autoajustables;
el polaco del apartamento de abajo pinta su boca de carmín
y muerde, muerde su ración de pollo frito,
los diez inmigrantes casados con otros doce,
adiestran al colibrí que cazaron con el lazo para que cante,
mientras ponen el pollo al horno y cantan las canciones del subterráneo,
el cielo azul,
el cielo azul,
y el hombre del colt-45 agazapado
siente los navajazos del frío
y bebe agua a morro del canalón
el cielo azul
el cielio azul nevado
y una paloma muerta congelada en el tejado,
en posicición casi erguida
como si fuera a anunciar
con su último canto
la llegada del invierno.
Y nadie la va a recoger.