Receta para resistir la ciudad en posibles días de lluvia


Para resistir en la ciudad se necesitan dos ingredientes: memoria e imaginación.

Es un plato fundamental para las posibles tardes de lluvia cuando se desgarran los otoños y duele.

Imaginación. Ponga cuatro o cinco ventanas de las que apenas dan consuelo, o no lo dan tanto como en otras estaciones. Es recomendable que sean de esas donde viven doce inmigrantes casados con otros trece. Algunas ventanas guardan en sus espinas reflejos de niños jugando calle abajo a 'a ver quien caza más colibríes con lazo'. Tenga cuidado, algunas ventanas pueden contener trazas de muslo hermafrodita y hervido colibrí. Absténgase si tiene dudas del suelo que pisa. Deje en el fuego hasta que truene, el viento quiebre el árbol y los embalses del dictador se desborden. El sonido de la ambulancia le avisará que ya está listo.

Memoria. Busque en la despensa la memoria picada. Aquella que de tan seca es casi polvo. Separe las huellas del que labró su apellido. Es importante que sean de aquelllas de quien para aprender a leer hizo quinientos kilómetros en burro y luego hizo un poema para el burro, el burro se comió el poema  el abuelo se comió al burro. El enfado del dueño del burro le dará un aroma muy tradicional. Reciba las primeras gotas de lluvia en su mano y acaricie levemente la memoria. Mezcle en olla de barro cocido, construido por José el albañil, hijo de albañiles y padre del hijo de dios.


Riéguela con caldos de lluvia exprimida pero no se empape.

Ponga una aceituna a la memoria de su abuelo.

Imagine que no llueve.

Sírvalo cuando esté diluviando en plato de padre.

Esta receta no sacia la soledad pero la limpia.

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