Aceitunas terapéuticas VIII

Levántate.
Te ofrezco la aceituna terapéutica 
al filo de tus labios de navaja.
Vamos.
Deslízala traviesa desde tus dientes rompeolas
hasta el fondo del volcán.
El bote de cerveza helada enjuagará
el hilo de verde sangre,
Entonces nos besaremos como trenes paralelos 
al cruzarse en la estepa rumana,
nos besaremos dándonos de comer y de beber
y luego el vino blanco
y luego ven bebé que te llevo en mi moto de cuatro estaciones
(y una ventana de repuesto en el garaje)
y necesito que te agarres bien fuerte 
para sostenerme en tus labios de navaja.
Recorreremos el filo punzante,
tus 25 playas y medio verano desgarrado,
rajaremos carreteras,
dejaremos atrás países independientes
y otoños en las ventanas. 
Ven.
Puede que los forajidos me disparen 
pero tengo una lata de atún en el pecho,
puede que nos piquen los mirlos tifoideos en nuestra ruta,
porque desprendes las esporas de un jardín de tubérculos
sembrado en  la selva amazónica de tu pelo negro.
Y si llegamos te prepararé algo de helado
o una pera y ya sabes kiwi,
y recogeré  la cintura del vestido amarillo
con mis brazos de río profundo
y allí lavarás los pies y tenderás la ropa.

Y así,
rajándonos,
llegará el atardecer y nos dará miedo,
tendremos que volver y nos dará miedo,
porque ninguno de los dos hemos descansado del todo,
así,
en el filo de las cosas,
nunca nadie ha descansado.

Pero aún nos queda gasolina,
amor,
y carretera en la nevera
y más aceitunas como estas.
                                                        

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